25.3.08

Estación abandonada en Albacete

Esta estación la encontré casi por casualidad. Desde la carretera me llamó la atención un enorme edificio en ruinas con aspecto de fábrica. Como tenía tiempo, y ganas no me faltaban, me desvié de la autopista para echar un vistazo más de cerca.

El edificio resultó ser una especie de fábrica en un estado lamentable. Las paredes exteriores estaban agrietadas y abombadas, y la mayor parte de los techos y plantas estaban acumulados en la planta baja en forma de escombros.


Pero lo más sorprendente es que el sitio no estaba abandonado. En una casa baja aledaña vi una antena de televisión reciente, y poco más adentro, una pequeña furgoneta vieja, pero en buen estado. Más tarde, cuando ya me iba, vi pasar a una abuela que miraba con cara de pocos amigos a mi coche, aparcado en la puerta de su casa.

Sin embargo, la pequeña estación de tren situada junto a la fábrica parecía recientemente abandonada, para mi “alegría”.

El edificio principal tenía todas las ventanas y puertas tapiadas y en general estaba en buen estado en apariencia, aunque los carteles con el nombre de la estación, además de la mayor parte de las farolas, habían sido destruidos. Excepto por alguna pintada aislada e inoportuna que estropeaba el efecto, casi se podía pensar que aún estaba en uso.


La nave de carga, sin embargo, estaba cerrada pero sin tapiar. Por algunas ventanas rotas pude observar que el interior estaba vacío excepto por una báscula de gran tamaño y los restos de un mostrador, aunque con la mayor parte de los cristales rotos. En una visita posterior encontré una de las persianas abierta de par en par, de modo que pude tomar algunas fotos y comprobar que, tristemente, la báscula había desaparecido. Sólo quedaban algunas cajas vacías que parecían de fruta.



Más allá de la nave de mercancías se encontraba la habitual vía de acceso a esta. Al principio de ella aún se conserva la báscula de pesado de vagones y el gálibo que servía para verificar que los vagones no sobrepasaran la altura máxima permitida.


Al otro lado había un par de edificios pequeños bastante deteriorados, con puertas y ventanas inexistentes, ni nada interesante que reseñar. Lo que sí me llamó la atención fueron los dos depósitos de agua de metal.



Tal vez fuera el óxido, o la luz del atardecer, pero estuve sacándoles fotos durante un buen rato. La pena es que los resultados no sean nunca tan buenos como uno imagina, pero vamos haciendo lo que se puede y sabe.



Como ya comenté antes, esta estación la visité en dos ocasiones. La primera fue bastante de “sorpresa”, así que no llevaba cámara y apenas hice unas cuantas fotos malas con el móvil. Cuando pude volver la cosa no había cambiado mucho, salvo por alguna pintada nueva y la ya mencionada desaparición de la báscula.


Tal y como lo veo, me da la sensación de que muchas de las estaciones de nuestra red ferroviaria acabarán más o menos de esta forma. Algunas de ellas se salvarán y acabarán convertidas en refugios para las Vías Verdes. Sin embargo, estas, situadas en líneas en uso pero en la que los trenes ya no paran, acabarán cerradas a cal y canto, y destruidas y olvidadas tarde o temprano.

6.3.08

Colaboraciones: El viento ceniza: Pueblos abandonados.

Fotos y textos: Herminio Hoz

“Desde entonces hasta hoy, la muerte ha ido avanzando tenaz y lentamente por los cimientos y las vigas interiores de la casa. Sin vértigo, sin prisa. Sin compasión ninguna. En sólo cuatro años, la hiedra y la carcoma han destruido el trabajo de toda una familia y de todo un siglo”. Así dice el último habitante de un pueblo del pirineo oscense en la novela “La Lluvia Amarilla”, escrita en 1988 por Julio Llamazares.

Este libro del poeta de Vegamián (León) es el revelador retrato del comienzo del abandono de un pueblo cualquiera perdido en medio de las montañas, uno más que ha cedido al tiempo y se vence anciano a las ruinas. Veinte años después de la publicación de este libro, en España, según datos del INE, 2648 pueblos siguen muriendo en soledad, solos en los montes o en los llanos o bajo un embalse.

No vive nadie. (Sierra del Segura, Albacete).

El abandono de los pueblos en nuestro país ha sido un fenómeno lento, tal vez tan lento como la propia historia, un largo camino por los siglos en el que muchos pueblos han quedado atrás sin remedio y dejando breves huellas. Sin embargo en España, la vida rural fue condenada definitivamente en los años cincuenta del siglo XX, la emigración a las ciudades y al extranjero vació aldeas y pueblos en solo varias décadas, comenzó a morir así una forma de vida que echa sus raíces en la Edad Media. La mecanización del campo, la autarquía y la falta de expectativas echó a los jóvenes a las ciudades y los pueblos quedaron solo para los viejos, en algunos no nace ningún niño desde hace 30 años. Una crónica muy descriptiva de esta situación se cuenta en la película “El Cielo Gira”, de Mercedes Álvarez, donde se cuenta la vida de los últimos moradores de Aldealseñor (Soria), la directora fue la última niña que nació allí y hoy mismo sólo quedan unos vecinos que resisten por cansancio y con la vana ilusión de un nuevo nacimiento.

Los caminos malos no llevan a sitios buenos (Provincia de Teruel).


Aparcados. (Provincia de Zaragoza).

Pueblos barridos por la ponzoña del polvo, del viento ceniza que lame puertas y muros. Piedra sobre zarzas o ventanas con la vista rota. El tiempo va andando y conserva lo que quiere a su capricho, una vieja maleta con algunas cartas en un dormitorio, el carro que arrastró la mula o la hoz de miles de horas de siega. Lugares que así quedaron porque nadie quedó o porque todos marcharon de golpe y con prisas por culpa del miedo como ocurrió en Ochate (Vitoria) o por las bombas como sucedió en Belchite (Zaragoza), ruinas vivientes que se mantienen en medio de una aburrida burocracia que no termina de invertir para que no se pierda el símbolo más feroz de lo que pasó en España hace 70 años. Conservar sirve para recordar, sin los útiles tallados no sabríamos de los hombres de la edad de bronce, no sabríamos nada de nosotros sin las murallas o las acequias que siguen ahí a su transcurso para enseñarnos lo que fuimos. Pero la desidia institucional va matando nuestra biografía. Hispania Nostra ha contabilizado en su Lista Roja de Patrimonio un total de 166 lugares históricos en abandono, en manos de la más pragmática indiferencia. Conventos, monasterios, iglesias, castillos y atalayas en irreversible deterioro.


Por aquí ya no pasan carros. (Belchite).

A esta lista habría que sumar los 2648 pueblos abandonados que salpican por toda nuestra geografía y también los cientos y cientos sin catalogar que corren el riesgo de terminar de la misma forma. Aldeas de solo 10 ó 15 habitantes donde el médico solo pasa una vez a la semana y los carteros ya no llevan cartas. Sitios dónde ya no se oye a los chiquillos y lo que queda es solo el disfraz en ruinas de la muerte.

Algunos de estos pueblos han conseguido salvarse. Apenas puedo citar a tres: Granadilla (Cáceres), Búdal (Valle de Tena, Huesca) y Umbrellejo (Sierra de Ayllón, Guadalajara). Éstos pueblos han tenido la suerte de formar parte del programa La Red Española de Desarrollo Rural, un proyecto formado en 1984 por el Ministerio de Agricultura, y se conservan para uso educativo entre escolares. Pero el resto de la lista irremediablemente muere.

Escombros (Belchite).

La muerte y la memoria es lo que nos atrae a estos lugares inhóspitos durante la noche y también repleto de fantasmas durante el día. Para allá nos vamos, la cámara dispuesta a la luz pudriéndose en la plata, un bocadillo y que no falte tabaco, para sentarnos frente a una vieja casa que tal vez tuvo madre soltera y tres hijas. ¿ Quién sabe quién vivió en aquellas casas ?

Pero allá nos vamos, dispuestos a dar rienda libre a la imaginación y si hay suerte, hablar con alguien que por allí pase y te pueda contar algo que explique qué pasó

¿ quién fue el último en poner el tocadiscos ?

No lo sé, pero para allá voy, como quien visita a un difunto y le saca cuatro fotos. Tal vez sea la hora de volver.


Hotel barato sin necesidad de reserva. (Cazalegas, Toledo )

Aún no he vuelto, pero otros si lo han hecho o lo hacen con ilusión y el ansia de dejar atrás la constipada ciudad y las prisas. La ong Abraza la Tierra lleva un tiempo ayudando a los que quieren volver al pueblo y vivir de sus manos y sin estrés. Otra opción son las ecoaldeas, un movimiento internacional de ocupación de pueblos abandonados, en la Alpujarra granadina hay alguno de estos pueblos sin televisión donde se hace pan como antes, donde se siembra arroz y hasta donde se lava a mano. Aldeas sembradas de utopía, dime ¿ quién puede vivir sin lavadora ? Tal vez estén locos, tal vez este sea un caso muy extremo pues sabemos que la población urbana ha superado por primera vez a la rural, pero llegará el día del éxodo. Las maletas, las estaciones y el camino de vuelta, el retorno al pueblo de los abuelos o a cualquier otro que tenga para ti una casa barata y una sencilla manera de vivir. Cada día son más personas, por su propia decisión o por la necesidad de una vida digna, las que emprenden esta silenciosa marcha hacia pueblos que tal vez no estaban abandonados, sino simplemente dormidos.

Herminio Hoz amigodediablos.blogspot.com